Cuando comprendí que nunca podría ser la princesa del cuento, cuando comprendí que jamás sería feliz imaginando serlo, tuve que salir corriendo. No había otra manera. No podía destrozarte a ti también, no podía permitir que vieras que ni era hermosa, ni especial, ni era una princesa, ni jamás te había amado.
Pero sobre todo, debía evitar que comprendieras que tampoco tu me habías amado a mi.
Para mi ya era tarde. Yo ya había comprendido que los cuentos de hadas no existen, y que si miras bien, puedes ver que todo lo que nos rodea es sólo un decorado, con actores y un guión. Yo ya había comprendido que todo era una mentira.
Yo ya estaba muerta por dentro, ya era adulta.
Pero tu aún podías salvarte. Aún creías que todo era real, que nuestro amor era real. Yo no podía ser tu princesa, ya no. Pero estaba convencida que acabarías encontrando a alguien capaz de ser feliz en vuestro pequeño mundo de cartón.
Por eso tuve que marcharme, de noche y a oscuras, con mis zapatos en la mano, sin hacer ruido para no despertarte, y echar a correr. Tan rápido que nunca me alcanzaras, que nunca me encontraras.
Hoy me acordé de ti. Pensé que después de tanto tiempo merecías saberlo.
Quizás me equivoqué entonces y no debí huir sin ti.
O quizás me esté equivocando ahora.